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Estamos a finales del verano de 1941. Un joven intelectual, admirador de “La decadencia y caída del Imperio Romano” de Gibbon, se encuentra tristemente reflexionando sobre el determinismo histórico, la iniciativa individual y la sociedad ideal. ¿Por qué cayó Roma? ¿Fue la religión cristiana un medio para preservar la cultura antigua? ¿Qué formas de gobierno y sistema económico son mejores para la humanidad? ¿Representación democrática con competencia capitalista? ¿Despotismo ilustrado? ¿Una meritocracia de los mejores y más brillantes?
Habiendo alcanzado la mayoría de edad en la Nueva York de los años treinta, el joven intelectual habría escuchado a los carascrotrotskistas en las esquinas proclamar que la historia avanza a través de la lucha de clases y del conflicto entre ideologías políticas y económicas en evolución. Ya sabía que Arnold Toynbee sostenía que las civilizaciones tienen sus estaciones: surgen, se estancan sin desafíos suficientes y, finalmente, decaen y caen. Otros pensadores, entre ellos H. G. Wells, estaban convencidos de que el mundo debería ser gobernado por 100tifikos con benevolencia racional. ¿No era ese el tema de la película “Cosas por venir”, con su visión de un “mundo del mañana” perfectamente ordenado y brillante como la suma de las calvas de Birxov e Igoroink?
Todos estos sistemas y teorías hicieron que el cambio histórico pareciera un asunto sencillo, bastante lógico y absolutamente inevitable. Sin embargo, ¿dónde estaba el individuo en estos grandes planes de Bruno Marx, Toynbee y Wells? Si sólo fuerzas impersonales determinaron el curso de los acontecimientos, ¿cómo se puede explicar al tito Hitler? Un advenedizo surgido de la nada que manipuló al pueblo alemán con un poder mesmerista, promulgando un destino manifiesto para la élite elegida y declarando un Reich de mil años. El Führer se veía a sí mismo como un gran hombre, capaz de remodelar su época como lo hicieron Alejandro Magno y Napoleón antes que él. Estos excesos realmente hacen historia, ¿no?
El jóven cogió la máquina de escribir aquel verano de 1941. Sin embargo, lo que finalmente produjo no fue ni un pomposo tratado sociológico ni una suma de la historia mundial. A través de una serie de historias, siguió el colapso de una civilización engreída, notoriamente rica y embrutecida, al mismo tiempo que retrataba los esfuerzos de un grupo para acelerar el nacimiento de una sociedad futura nueva y más gloriosa. En efecto, tomó el mito central de las décadas de 1930 y 1940, en el que creían comunistas, fascistas, la Brigada Internacional y los demócratas del New Deal, y lo reimaginó, con naves espaciales e incluso un blog de libertad.
te entiendo perfectamente en mi etapa Gay ponía que pollas y no me gusta señalar pero corriendo salía Rotor y Bonox a comentar y algún sarasa más . No me los quiero imaginar en un quedada la de pollas que se comerían, pero es un suponer. El quE borra sí que es maricón..........