Caer, darse un golpe y morir por ello, puede suceder incluso estando de rodillas, siempre y cuando afecte a un órgano vital. Es por esto que no hay una marca concreta sobre cuando una caída puede ser mortal de necesidad. La NASA dice que a partir de los 19.000 metros las condiciones exteriores hacen hervir la sangre, pero claro, no mueres técnicamente por la caída.
Para encontrar una definición un poco más exacta sobre los límites humanos en caídas mortales desde alturas, podemos ver dos casos, uno en agua y otra en asfalto.
Existe una regla en las plataformas petrolíferas en caso de incendio: está prohibido lanzarse al agua desde más de 30 metros. A esa altura el agua se comporta como el cemento. Se sabe que a 33 metros, todas las caídas al agua son mortales.
La diferencia con las competiciones de clavadistas es que suelen tener una técnica depurada sobre como entrar en el agua, pero más importante es que hay un chorro de agua que rompe la tensión superficial. Pero cuando fallan raro es el que no se rompe algo. Luis Gustavo Cañabate se deformó el abdomen, se fisuró la pierna y se rompió la mandíbula tras el fallo en la entrada al agua desde 10 metros, además de quedar inconsciente y otros problemas derivados:
En asfalto la cosa se complica, la Organización Mundial del Trabajo establece que a partir de 6 metros es mortal. Este dato lo obtienen por las estadísticas de los obreros de la construcción. El 86% de los accidentes mortales por caída suceden entre los 4,5 y 9 metros y solo un 14% por debajo de los 4,5 metros.
En total, podemos resumir que una caída mortal sobre tierra se da con total seguridad a los 10 metros y sobre el agua a los 35 metros.
Pues aunque la estadística diga eso, hay personas que por milagros de la vida han sobrevivido a caídas desde varios kilómetros. Veamos tres de ellas:
Alan Magee
Alan Magee fue un artillero en la bola inferior de un B-17 durante la segunda guerra mundial. Durante su septuagésima misión fueron derribados sobre Saint-Nazaire en Francia a unos 7.000 metros de altura.
Una batería antiaérea destrozo el avión y parte de la bola artillada, pero continuaba volando. Para sorpresa suya vio que el paracaídas que portaba había quedado destrozado, por lo que salió de la bola e intento ir a la zona de la radio, pero en ese momento otro golpe del antiaéreo rompió el ala el dos y el avión cayó a plomo.
Las fuerzas del avión y la falta de oxígeno hicieron que perdiese el conocimiento antes de ser expulsado con violencia a unos 6.700 metros de altura. Sin paracaídas, recuperando y perdiendo la consciencia a intervalos rítmicos, cayó a plomo contra el techo de cristal de la estación de tren, atravesándolo, para finalmente empotrarse contra el suelo.
Se había roto varios huesos, tenía 28 esquirlas de los antiaéreos, tenía los pulmones, riñones, ojo derecho, brazo derecho y nariz destrozados. Pero continuaba vivo. Los alemanes le capturaron y le hicieron prisionero de guerra, le curaron como pudieron y sobrevivió.
En 1995 regreso a Saint-Nazaire para descubrir la placa que el pueblo le había dedicado a él y sus compañeros de avión. Murió en 2003 con 84 años.
Según dijo en su momento, cuando el antiaéreo destrozó el avión, dijo: “No estoy preparado para morir, no se nada de la vida” como una imploración a Dios. También dijo que le debe la vida a los médicos alemanes, sin ellos, no lo hubiera contado ni hubiera recuperado su brazo derecho.
Vesna Vulović
Vesna tiene el trágico récord mundial de ser la superviviente a la caída de más altura: 10.160 metros.
El 26 de enero de 1972 un terrorista hizo explotar una bomba en el DC-9 de la compañía JAT Airways de Yugoslavia. Vesna era una de las azafatas en ese vuelo. No recuerda absolutamente nada, por lo que no hay datos a como pudo sobrevivir. Solamente se sabe que cayó sobre varios árboles muy altos que estaban cubiertos por nieve, para aterrizar finalmente en una gruesa capa de nieve. Esto hizo que su frenazo final pudiera quedar amortiguado lo suficiente como para no matarse.
Sufrió aplastamiento de varias vértebras, parálisis, cráneo, piernas y cadera fisuradas, brazo roto y una curiosa amnesia desde una hora antes de la bomba hasta 30 días después del accidente. Como no recordaba nada, nunca tuvo estrés postraumático ni tampoco miedo a volar, a lo largo de su vida volvió a subirse a los aviones sin problema alguno y su deseo era regresar como azafata. Pero como su recuperación fue muy complicada, tuvo cojera para el resto de su vida y la compañía solo pudo ofrecerle un puesto tramitando documentación aérea de fletes.
Aún así posteriormente sufrió el síndrome del superviviente, con un sentimiento de culpa por haber sido la única superviviente de aquel accidente.
Para mayor desgracia, las operaciones para curarse arruinaron a su familia de tal modo que tuvieron que vender las dos casas que tenían y aún así siguió pagando por una deuda elevadísima.
Los investigadores intuyen que a diferencia del resto de pasajeros, su cuerpo quedó atrapado dentro del avión y no salió despedido a los pocos segundos de la explosión como el resto. En la caída, su cuerpo quedaría enganchado a un carrito que la arrastró hacia afuera y comenzaría su caída libre lejos de los restos del fuselaje.
Murió a los 66 años en 2016.
Juliane Koepcke
La historia de Juliane va más allá de la propia caída. Curiosamente sucedió solo un mes antes que la de Vesna, el 24 de diciembre de 1971, en el incidente del vuelo 508 de LANSA sobre el amazonas peruano.
Juliane tenia 17 años y volaba junto a su madre desde Lima hasta Pucallpa para pasar la nochebuena con su padre, que trabajaba en esa localidad y las estaba esperando. Pero la mala suerte hizo que una tormenta amazónica se desatase violentamente.
La tormenta hizo que el avión descendiese de los 7000 metros hasta los 3000, intentando buscar un lugar donde aterrizar, ya que las sacudidas eran insostenibles. Hasta que de pronto un rayo impacto en el avión. Según las palabras de Juliane, la cola se partió, quedando ella y su madre en esa zona, mientras que veía como el resto del avión se iba deshaciendo delante de ella.
Al rato caía atada al asiento, sola, el brazo de su madre que la sostenía desapareció y nunca más la volvió a ver. Finalmente, la espesura de la jungla frenó su caída y quedó inconsciente durante 3 horas.
Cuando despertó su cuerpo solo presentaba magulladuras, algunos cortes y la clavícula rota, pero se encontraba bien. Sin embargo, a su alrededor había trozos de cadáveres y hierros retorcidos del aparato. No podía hacer mucho y durante 2 días se quedó en la zona esperando algún rescate que nunca vino. En esos dos días pudo escuchar los quejidos desgarradores de algunos supervivientes durante la primera noche, sin saber de donde procedían. Finalmente, decidió salir en búsqueda de ayuda.
Su plan consistía en seguir algunos consejos que le daban sus padres en caso de perderse en la espesura: seguir el cauce de un río hasta llegar alguna población, como buscar agua limpia, qué frutas comer y cuáles no. Durante 11 días caminó por los bordes de un río, atravesando zonas con cocodrilos que no la atacaron, pudo conseguir comida sin envenenarse y el río por suerte era potable. Al décimo día llegó a una cabaña con restos de actividad reciente y decidió quedarse allí a esperar. Por suerte pertenecían a unos cazadores que llegaron al día siguiente.
Beltrán Paredes, Carlos Vásquez y Néstor Amasifuén encontraron a Juliane y la llevaron a un puesto de socorro donde fue atendida. Foto de Juliane en el puesto de socorro, se puede apreciar el ojo derecho hinchado:
Despues de su rescate regresó con su padre a Alemania donde decidió que dedicaria su vida a la zoologia y en concreto a la propia Amazonia. También ha sufrido el síndrome del superviviente, en especial por los recuerdos que tiene de su madre. La culpa de por qué ella se salvó y no su madre la atormenta hoy en día.
Se ha jubilado hace unos pocos años, la mayor parte de sus investigaciones fueron en la propia Amazonia peruana, para la conservación y conocimiento de la misma. Ha sido premiada por el presidente peruano en reconocimiento por dicha labor.
Ha visitado el lugar del accidente en varias ocasiones cuando era joven. En cada visita reforzaba su idea de ayudar a comprender el Amazonas, la misma promesa que se hizo el dia del accidente. De las 91 personas que habia en el avion, solo ella se salvó.
En estos 3 casos la supervivencia a una caída de varios kilómetros vino por el frenazo “suave” tras golpear varios elementos antes de tocar suelo.
Paz y prosperidad.
Robao a MX5 FC
te entiendo perfectamente en mi etapa Gay ponía que pollas y no me gusta señalar pero corriendo salía Rotor y Bonox a comentar y algún sarasa más . No me los quiero imaginar en un quedada la de pollas que se comerían, pero es un suponer. El quE borra sí que es maricón..........