Leonardo da Vinci (1452-1519) no dejó nada escrito de sus aventuras amorosas. Antes de cumplir los treinta años fue acusado dos veces de sodomía, un delito que en la Florencia del Oficio de la Noche estaba penado con la castración y la muerte en la hoguera. El tribunal, que se alimentaba de denuncias anónimas que los ciudadanos podían depositar en unos buzones dispuestos en la calle, los llamados “agujeros de la verdad”, fue creado en 1432 con el objeto de reprimir la homosexualidad en una ciudad que se había convertido en la meca gay de Europa (en Alemania se utilizaba el término florenzer para designar a quienes mantenían relaciones con personas del mismo sexo). Fueron juzgados más de 15.000 hombres. Leonardo no resultó condenado, pero enfrentó un juicio y pasó dos meses en la cárcel a la espera de sentencia. Seguramente aquella experiencia dolorosa tuvo mucho que ver con el secretismo con el que a lo largo de toda su vida trató de velar su intimidad.
Durante más de un cuarto de siglo, el artista mantuvo una estrecha relación con Gian Giacomo Caprotti da Oreno, de sobrenombre Salai (diablillo, bautizado así por el personaje del Morgante de Luigi Pulci), un joven ayudante que llegó a su taller con diez años y al que el chismoso Giorgio Vasari describe en La vida de los artistas (1550) como “un joven de lo más hermoso en gracia y belleza, con finos mechones, rizados en tirabuzones, en los que Leonardo se deleitaba mucho”. El envío de niños como aprendices a los talleres de artistas era una práctica común: si mostraban habilidades, recibían lecciones y podían convertirse en pintores. Salai resultó ser un ladronzuelo. En una carta al padre del niño, el artista se lamenta: “Al segundo día mandé hacerle dos camisas, un pantalón y una chaqueta a la medida. Y cuando aparté el dinero para pagar estas cosas, me robó el dinero de la billetera y no pude lograr que confesara, aunque estoy firmemente convencido de ello”. En otra misiva se referiría a él como “ladrón, mentiroso, terco, glotón”.
Leonardo, que según el Anónimo Gaddiano “vestía una túnica rosa hasta la rodilla en un momento en el que la mayoría llevaba túnicas largas”, lo mantuvo a su lado como modelo y asistente hasta 1516. Un dibujo realizado en 1490 conocido como Alegoría del placer y el dolor, que muestra a un hombre joven y otro anciano unidos en un mismo cuerpo, podría ilustrar esta relación. “Prefiero que se extinga la humanidad a practicar el sexo”, escribió el artista, y el doctor Freud publicó en 1910 un estudio psicoanalítico, Un recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci, en el que argumentaba que el genio de la Toscana era homosexual pero célibe , y que sublimaba su erotismo en una incesante investigación. También Elizabeth Abbott, en su Historia del celibato, sostiene que aunque Leonardo era probablemente homosexual, el trauma del caso de la sodomía lo convirtió al celibato para el resto de su vida.
Sin embargo, el propio Leonardo rebate la teoría del padre del psicoanálisis en la que hasta ahora parece su única confesión. Salai, que le sirvió de modelo para su sensual San Juan Bautista semidesnudo, en las colecciones del Louvre, e incluso hay quien ha querido ver sus facciones en la Mona Lisa, es el protagonista de El ángel encarnado, un pequeño dibujo en el que representa a su joven amigo sin alas, pechos de mujer y una erección rugiente que invita al deseo. El nombre de Salai aparece tachado en la parte posterior del dibujo que perteneció a la Royal Colection británica y reapareció misteriosamente en Alemania en la década de los noventa.
“Si no se supusiera una relación entre Leonardo y Salai, no se entendería por qué el artista insistió durante tantos años en tenerlo junto a él como un niño y un ayudante”, dado su carácter holgazán y mentiroso, escribe Giovanni Dall’Orto, el historiador de temas LGBT más importante de Italia. Y añade que “Leonardo era el hijo de su tiempo, y esos eran los tiempos en que una niña de doce años podía casarse con un hombre adulto, incluso con la bendición de la Iglesia”. Otros dibujos de corte erótico, en realidad unos garabatos realizados por los asistentes de Leonardo en el Códice Atlántico muestran dos grandes penes provistos de patas dirigiéndose hacia un orificio sobre el que hay una inscripción: “Salai”.
Al tarambana asistente se le ha atribuido la Mona Lisa del Museo del Prado y la Mona Vanna –una Gioconda desnuda pintada con carboncillo sobre papel, ¿o tal vez fue su modelo, a tenor de su brazo musculado?-; obras tras las que tampoco se descarta que esté la mano de Francesco Melzi, el ayudante con el que Leonardo compartió sus últimos años de vida tras la misteriosa partida de Salai, quien murió de un disparo en 1524. Educado y con dotes diplomáticas, Melzi llegó al taller del maestro con quince años y no se separaron hasta su muerte y el mismo describía en una carta el amor que por él sentía su maestro: “un amor apasionado y muy ardiente”. Pese a que hacía mucho que no tenían contacto, Leonardo no olvidó a Salai en su testamento.
te entiendo perfectamente en mi etapa Gay ponía que pollas y no me gusta señalar pero corriendo salía Rotor y Bonox a comentar y algún sarasa más . No me los quiero imaginar en un quedada la de pollas que se comerían, pero es un suponer. El quE borra sí que es maricón..........