El 15 de marzo de 1944 Aimo Koivunen fue destinado a una patrulla de esquiadores que tenía la misión de realizar un reconocimiento de los alrededores de Kandalakcha (Kantalahti, en finés), una ciudad rusa de la península de Kola, en la desembocadura del río Niva, sobre la que se había desatado una ofensiva germano-finesa en 1941 por el control de su estratégico ferrocarril. Durante tres días la misión transcurrió sin novedad, pero el 18 de marzo la patrulla fue descubierta.
Los soviéticos atacaron por sorpresa a los esquiadores en la colina Kaitatunturi, tratando de rodearlos. Los finlandeses pudieron romper el cerco y huir a través de la nieve, pero seguidos de cerca, con un intercambio constante de disparos. Koivunen quedó aislado de sus compañeros y, aunque lograba mantener la distancia con sus perseguidores, poco a poco el cansancio iba haciendo mella en él. Finalmente llegó a un estado de agotamiento, con lo que se le presentaban dos opciones: o darse por vencido y rendirse, con lo que tenía muchas probabilidades de que le mataran, o recurrir al Pervitin.
No era un consumidor habitual, pero tampoco se trataba de una situación normal. Mientras seguía deslizándose por la nieve con sus esquíes, trató de sacar una tableta. No pudo. Mantener el equilibrio, la velocidad de la escapada, los gruesos guantes y las balas volando a su alrededor no constituían una combinación de factores que facilitara la toma, así que, sin detenerse, abrió el bote y vertió su contenido en una mano para después llevárselo a la boca.
Cada envase llevaba una treintena de grageas y, si bien es razonable imaginar que Koivunen no pudo ingerirlas todas, que algunas se caerían, el caso es que se tomó una dosis superior a la recomendable; muy superior.
Por supuesto, el fármaco cumplió su función y el joven soldado recobró fuerzas inmediatamente, intensificó su ritmo y dejó atrás a los soldados soviéticos. Claro que, con tal cantidad de anfetaminas en el organismo, no tardaron en aparecer también efectos secundarios que a punto estuvieron de hacer el trabajo que no pudieron sus perseguidores.
El estado de euforia pasó a ser de delirio, se empañó la visión y todo empezó a dar vueltas hasta que perdió el conocimiento. Se despertó por la mañana, medio enterrado en la nieve (lo que, irónicamente, ayudó a camuflarle), pero todavía bajo los efectos de la sobredosis: temblores, alucinaciones pasajeras, taquicardia, malestar general… A lo largo de las jornadas siguientes alternaba fases de ímpetu con otras de decaimiento y, pese al sueño que le atenazaba, no conseguía dormir, por lo cual el agotamiento le afectaba cada vez más.
Todo ello se juntó con otros factores adversos, como el estar lejos de sus líneas sin víveres y soportar temperaturas extremas, de hasta veinte grados bajo cero. Esa situación duró dos semanas, durante las cuales tuvo que esquivar a nuevas patrullas enemigas y resultó herido por una mina que pisó y cuya explosión seguramente fue amortiguada por la nieve (o quizá estaba defectuosa). Incapaz de seguir, cavó como pudo una zanja para ocultarse dentro y descansar. Permaneció en ella siete días, alimentándose de bayas y de un arrendajo siberiano (un pájaro córvido) que logró cazar, si bien tuvo que consumirlo crudo.
Por fin, fue encontrado por una patrulla finesa que lo trasladó a un hospital de campaña. Los médicos tuvieron que tratarlo a conciencia por varias razones. Primero, porque había perdido tanto peso que en la báscula sólo marcó cuarenta y tres kilos; segundo, porque su frecuencia cardíaca superaba las doscientas pulsaciones por minuto. Es decir, la sobredosis todavía estaba latente y, de hecho, tardaría un tiempo en desaparecer del todo con el tratamiento adecuado. Éste debió ser acertado, pues Aimo Koivunen vivió hasta 1989.
Lo realmente curioso, aparte de que se trató del primer caso documentado de sobredosis por anfetamina en combate, es que la decisión que tomó puede considerarse correcta. La cantidad ingerida fue brutal, excesiva incluso, pero lo cierto es que cumplió su función de salvarle la vida: cuando lo encontraron aquellos soldados estaba a más de cuatrocientos kilómetros de Kandalakcha, el punto donde empezó su huida.
te entiendo perfectamente en mi etapa Gay ponía que pollas y no me gusta señalar pero corriendo salía Rotor y Bonox a comentar y algún sarasa más . No me los quiero imaginar en un quedada la de pollas que se comerían, pero es un suponer. El quE borra sí que es maricón..........